IV Domingo de Adviento: Ya viene, ya está aquí...
Imaginemos que suena el teléfono, contestamos la llamada, y escuchamos inesperadamente la voz de alguien querido; seguramente sentiremos que nuestro corazón da un brinco de alegría: "¡¡Qué sorpresa, qué alegría!!" exclamamos. Y si nos dice. "Voy ahora a verte", nos alegramos mucho y nos ponemos impacientes pensando: "Ya viene".
Imaginemos que, al poco rato, es el telefonillo del por-tero automático el que suena, y que esa persona nos dice: "Ya estoy aquí, subo enseguida". Volveremos a saltar de alegría: "¡Ya está aquí!", nos aprestamos con rapidez a recibirle, y esperaremos impacientes mientras sube el ascensor, para poder saludarle y darle, por fin, un fuerte abrazo y un beso.
Estamos a punto de celebrar la Navidad, y en el Evangelio hemos escuchado el relato de un encuentro, un encuentro lleno de alegría: el de María con Isabel. El saludo de María provoca un salto de gozo en el niño que Isabel lleva en su vientre. Es la reacción humana ante la cercanía del Salvador: "¡Ya está aquí!". Se alegra el hijo y se alegra la madre, con una alegría inesperada, una alegría que incluso Isabel piensa que no merece: ¿Quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor? Pero ante una visita así, ante la presencia del Señor, sólo cabe la alegría dichosa, una alegría que se comparte con quien la ha dado. Por eso Isabel dice a María: ¡Dichosa tú, que has creído!, porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá.
Y esta alegría se ve acrecentada por el hecho de que todo un Dios se haya hecho pequeño y cercano y quiera venir a vernos, y se haya fijado en la humildad y pequeñez de personas aparentemente insignificantes, pero que han sabido acogerle, porque sólo los que son humildes y pequeños son capaces de comprender el misterio del Dios que nace para nuestra salvación.
El día de la Inmaculada decíamos que Jesús venía como Huésped y que debíamos prepararle una digna morada en nuestro corazón. Ahora nuestro Huésped, El Señor, llama a nuestra puerta: "¡Ya está aquí!"; está ya subiendo por nuestra escalera o ascensor interior. Acabamos de escuchar su voz, su Palabra, como Isabel escuchó la de María; dentro de unos momentos podremos recibirle en el Sacramento de la Eucaristía, y llevarlo en nuestro interior; y hoy especialmente deberíamos notar que por dentro estamos saltando de gozo, como Juan en el vientre de Isabel, se nos debería notar que dentro de unas pocas horas vamos a celebrar su venida con las puertas de nuestra vida totalmente abiertas.
Acojamos con humildad, sintiéndonos pequeños pero afortunados, como María e Isabel, el misterio del Dios que "ya viene, ya está aquí" porque quiere nacer y crecer plenamente en nuestra vida para transformarla. Que el día de hoy no sea un domingo más, ni nos absorban las tareas y preparativos. Que la Eucaristía que vamos a comulgar nos convierta en "Marías" que llevan en su interior al Salvador, para que en medio de nuestras tareas cotidianas, vivamos con la alegría de la anticipación de la gran fiesta de Navidad: "Ya viene, ya está aquí"; que por nuestro semblante, por nuestras palabras, por nuestros gestos, nosotros y quienes nos rodean puedan experimentar que se cumplen las palabras de Isabel: ¡Dichoso tú, dichosa tú, que has creído, que te has preparado para recibir al Señor, porque lo que él te ha dicho se cumplirá!
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