III Domingo de Adviento ¿Hay motivos de alegría?...
Estamos cada vez más cerca de la Navidad, y a pesar de la crisis por todas partes nos llegan mensajes de alegría y felicidad: anuncios de los productos que hacen felices a quienes los tienen, películas dulzonas llenas de buenos sentimientos, ofertas de fiestas y viajes para pasarlo bien…
Y sin embargo, si nos paramos a ver, descubrimos que, salvo para un reducido grupo de gente "afortunada", no hay demasiados motivos para tanta celebración: si hablamos de problemas generales, la crisis no se soluciona, la violencia está presente en la calle y a veces en los hogares, para mucha gente crece la inestabilidad en el empleo o no tienen esperanzas de encontrar trabajo… Y eso sin contar con las situaciones personales, que a veces son muy duras y tristes.
En estas circunstancias, ¿cómo ponerse a celebrar alegremente la Navidad? ¿Hay motivos para ello?
Toda la Palabra de Dios que hemos escuchado, en este tercer domingo de Adviento, es una invitación a la alegría. En la 1ª lectura, el motivo de alegría para el pueblo, de regocijo, es que El Señor ha expulsado a tus enemigos. En el Evangelio hemos encontrado a personas de distintos colectivos que, al escuchar la predicación del Bautista, le realizan la misma pregunta: ¿Qué hacemos?Y Juan les responde que se conviertan, les invita a que su comportamiento esté de acuerdo con el amor y la justicia que exige el Reino. Ante el anuncio de la Buena Noticia, ¿cómo responder, cada uno desde su situación, desde sus circunstancias personales, laborales, familiares…? Y para cada uno, Juan tiene una respuesta para que preparen el camino al Señor: comparte con quien no tiene, no exijas más de lo debido, no te aproveches de nadie…
Es San Pablo en la 2ª el que da el principal argumento para estar alegres: El Señor está cerca. Ya estamos a punto de celebrar la Navidad, y si nos preparamos podremos reconocer con mayor facilidad su presencia en nosotros y en la realidad que nos rodea, por pobre y negativa que nos parezca. Y el descubrimiento de su presencia, de su cercanía, es lo que puede llenar nuestro corazón de una alegría profunda, y vivir esa presencia en toda situación, por dura que ésta sea.
P or eso, ante la proximidad de la Navidad, si no encontramos motivos de alegría,detengámonos ante el Señor y preguntémosle con humildad: ¿Qué tenemos, qué tengo que hacer? En mi Proyecto Personal de Vida Cristiana, ¿cómo llevo la dimensión económica? ¿Hago comunión cristiana de bienes? ¿En mi trato con las demás personas soy más exigente con ellas que conmigo misma? ¿Me aprovecho de las personas por mi cargo, responsabilidad, trabajo…?
Sepamos, también, poner en las manos de Dios nuestras preocupaciones, recordando que no tenemos que resolver solos los problemas, sino que estamos en sus manos y no nos va a dejar abandonados. Y al ponernos en las manos de Dios nosotros y nuestras circunstancias, crecerá también nuestra esperanza, porque aunque algunos problemas continúen, experimentaremos que Él está cerca, con nosotros, que su paz, que sobrepasa todo juicio, llena nuestro corazón. Y eso es motivo de alegría profunda. Y esta alegría profunda que brota de la certeza de la cercanía del Señor nos hará fuertes, y nos hará capaces de acompañar y ayudar a otras personas que están en la oscuridad del dolor y la tristeza, así también ellas podrán descubrir la presencia del Señor a su lado.
Por encima de las circunstancias externas y personales, sin quitarles su gravedad pero sin dejarnos aplastar por ellas, el Señor hoy nos invita a creernos y a vivir la alegría profunda de la fe en Él, transformando así nuestra vida. A punto de celebrar la Navidad, preguntémosle en esta Eucaristía qué tenemos que hacer para celebrar de verdad la Navidad y encontrar motivos de alegría en el vivir nuestro día a día, para que así, en toda ocasión, tanto en la súplica como en la acción de gracias, nada nos quite la verda-dera alegría ni la firme esperanza del corazón, y sepamos transmitirlas a las demás personas que, quizá, no encuentran motivos de alegría.
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